El comienzo del fin de la historia, primera parte.
Entonces oí a un santo que hablaba; y otro de los santos preguntó a aquel que hablaba: ¿Hasta cuándo durara la visión del continuo sacrificio, y la prevaricación asoladora entregando el santuario y el ejército para ser pisoteados? Y él dijo: Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado. Daniel 8:13, 14.
Si comparas las características y la acción del poder descrito mediante el cuerno pequeño de Daniel 8 con el cuerno pequeño de Daniel 7, verás que son similares: ambos pequeños al principio, pero que luego se engrandecen contra Dios, su pueblo, su verdad y su Ley. La historia de la Europa medieval nos da cuenta de quién es este poder. No hace falta que lo mencionemos por nombre. Es un poder que ha perseguido, torturado y matado a quienes disintieran con él o se opusieran a su dominio, y que se ha cimentado sobre la unión nefasta de la iglesia y el estado. Ha introducido en el cristianismo una cantidad de doctrinas ajenas a la Palabra de Dios, como la inmortalidad del alma, las oraciones por los muertos, la confesión auricular a un ser humano, la transubstanciación, la infalibilidad de su máximo representante espiritual y de la iglesia misma, la veneración de santos y Vírgenes a través de sus imágenes, así como la sustitución del día de reposo bíblico (sábado) por un día de reposo instituido por los hombres (domingo).
Todo esto provoca la pregunta ansiosa y angustiante de nuestro texto de reflexión para hoy: “¿Hasta cuándo durará la visión del continuo sacrificio, y la prevaricación asoladora entregando el santuario y el ejército para ser pisoteados?” (vers. 13).
Es decir, ¿durará para siempre el mal, la mentira, el engaño, la prepotencia, la violencia, y la destrucción de la verdad y de los hijos de Dios?
La respuesta del ángel es alentadora: Hay un tiempo en el cronograma de Dios en el que “pondrá un punto final al mal y al dolor en nuestro mundo. El mal no durará para siempre. Tu dolor y el de la humanidad no durara eternamente. Dios mismo se encargará de ponerles fin, y hay un tiempo específico para que esto ocurra: “Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado” (vers. 14).
Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El Tesoro Escondido”
Por: Pablo Claverie
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